Los portaaviones convencionales poseen una cubierta de aterrizaje que forma un ángulo de 14º a la izquierda respecto al eje de la cubierta de vuelo principal. Si un avión no consigue enganchar ningún cable, no hay ningún riesgo de que choque contra los aviones aparcados en la zona de proa de la cubierta principal, ya que el avión sigue su carrera hacia la izquierza. Por este motivo, cuando los pilotos notan que el tren de aterrizaje toca la cubierta, ponen los motores a toda potencia. De este modo, si no perciben que el gancho ha cogido cable (y esto no es un simple chasquido), actúan como si hiciesen un "touch and go" (tocar y salir) y reemprenden el vuelo a la espera de que les llegue de nuevo el turno en la secuencia de aterrizajes. Esto se conoce como "largarse", y la mayoría de los pilotos navales han vivido esta experiencia varias veces a lo largo de su carrera.
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