El viento sobre la cubierta de vuelo permite al avión mantener la velocidad mínima para mantenerse en el aire. Cuanto más baja sea esa velocidad (sin que el avión pierda estabilidad), más fácil será el despegue y el aterrizaje (lo que aún adquiere mayor importancia si el buque cabecea). Este flujo de aire se consigue situando el navío a favor del viento. Cada nudo de velocidad equivale a un nudo de velocidad suplementaria para el avión que realiza maniobras de despegue y aterrizaje. Por ello los portaaviones siempre se sitúan a favor del viento para realizar sus operaciones aéreas.

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